23 de noviembre de 2005

De Piedad Bonnett Vélez

CANCIONES DE AUSENCIA

Aquí dijiste:
"Son hermosos
los ojos húmedos de los caballos".
Aquí: "Me encanta el viento".
Desando yo tus pasos, revivo las palabras.
Y te amo en la baldosa que pisaste,
en la mesa de pino
que aún guarda la caricia de tu mano,
en el estropeado cigarrillo
olvidado en el fondo de mi bolso.
Recorro cada calle que anduviste
y sé
que amaste este abedul y esta ventana.
Aquí dijiste:
"Así soy yo,
como esa música
triste y alegre a un mismo tiempo".
Y te amo
en el olor que tiene mi cuerpo de tu cuerpo,
en la feliz canción
que vuelve y vuelve y vuelve a mi tristeza.
En el día aterido
que tú estás respirando no sé donde.
En el polvo, en el aire,
en esa nube
que tú no mirarás,
en mi mirada
que te calcó y fijó en mi más triste fondo,
en tus besos sellados en mis labios,
y en mis manos vacías,
pues eres hoy vacío
y en el vacío te amo.

Piedad Bonnett Vélez

Vida en el sueño

VIDA EN EL SUEÑO

Una vela apenas derretida,
todavía arde
sin llama
un momento más...
Y, por primera vez,
descubre
que el Tiempo
mide las vidas
en el Sueño.

Elena Liliana Popescu

Versión de Joaquín Garrigós

Irlanda al mundo: Yeats

CUANDO ESTÉS VIEJA
WHEN YOU ARE OLD

Cuando estés vieja y gris y soñolienta
y cabeceando ante la chimenea, toma este libro,
léelo lentamente y sueña con la suave mirada
y las sombras profundas que antes tenían tus ojos.

Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia
y con falso amor o de verdad amaron tu belleza,
pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina
y amó los sufrimientos de tu cambiante cara.

E inclinada ante las relumbrantes brasas
murmulla, un poco triste, cómo escapó el amor
y anduvo en las cimas de las altas montañas
y entre un montón de estrellas ocultó su rostro.

W. B. Yeats

Versión de Nicolás Suescún

SU VISIÓN EN EL BOSQUE
HER VISION IN THE WOOD

Tronco seco entre viva fronda, en la medianoche
de negro vino, yo, por el bosque sagrado,
vieja para el amor de un hombre, en mi furor
hombres imaginaba. Y acaso imaginando
que un más leve dolor al punzante ahogaría,
o por ver si corría sangre por las ajadas
venas, mi cuerpo herí: que cubriera su vino
todo lo que recuerda a unos labios de amante.

Y luego, como alzara mis dedos, la mirada
fija en el negro vino de las uñas, o el negro
que escurría a lo largo de mis dedos ajados,
el negro se hizo rojo, y brillaron antorchas,
y violenta una música estremeció a los árboles:
una tropa que en andas llevaba a un hombre herido,
hondas cuerdas tañendo, a su compás cantaba
e increpaba a la bestia que esa llaga infligiera.

Eran bellas mujeres las que movía el canto:
desatado el cabello, la frente atormentada
-tropel de algún pintor del Quattrocento, imagen
impensante de algún pensativo Mantegna...
¿y por qué pensarían las para siempre jóvenes?-.
Pero ya contagiada por tanta pesadumbre
y mirando sus pechos salpicados de sangre,
mi maldición lancé de pronto con el coro.

Y aquello, sangre, escoria, despojo de la bestia,
clavó en mí la mirada vidriosa. Amargo y dulce,
el amor me llenó la boca. Mas no vieron
los cuerpos de medalla o fresco desplomarse
mi cuerpo; mi alarido no oyeron: se ignoraban,
ebrios de su cantado vino, los portadores
-no de símbolo o fabula- de aquel en quien se aunaba
para mi corazón la víctima al verdugo.

W. B. Yeats

Versión de Ulalume González de León

EFÍMERA
EPHEMERA

«Tus ojos que antaño nunca se cansaron de los míos,
se inclinan hoy con pesar bajo tus párpados oscilantes
porque nuestro amor declina».

Y responde ella:
«Aunque nuestro amor se desvanezca,
permanezcamos junto al borde solitario de este lago,
juntos en este momento especial
en el que la pasión, pobre criatura cansada, cae dormida.
¡Qué lejanas parecen las estrellas,
y qué lejano nuestro primer beso,
y qué viejo parece mi corazón!».

Pensativos caminan por entre marchitas hojas,
mientras él, lentamente, sosteniendo la mano de ella, replica:
«La Pasión ha consumido con frecuencia
nuestros errantes corazones».

Los bosques les rodeaban, y las hojas ya amarillas
caían en la penumbra como desvaídos meteoros,
entonces un animalillo viejo y cojo renqueó camino abajo.
Sobre él, cae el otoño; y ahora ambos se detienen
a la orilla del solitario lago una vez más.
Volviéndose, vio que ella había arrojado unas hojas muertas,
húmedas como sus ojos y en silencio recogidas
sobre su pecho y su pelo.

«No te lamentes», dijo él,
«que estamos cansados porque otros amores nos esperan,
odiemos y amemos a través del tiempo imperturbable,
ante nosotros yace la eternidad,
nuestras almas son amor y un continuo adiós».

W. B. Yeats

Versión de Luis Zalamea