4 de febrero de 2009

El más atroz de los desesperados: Arthur Rimbaud

EL BARCO EBRIO
LE BATEAU IVRE

Al tiempo que bajaba por Ríos impasibles,
Sentí que no me guiaban los hombres a la sirga:
Aullantes Pieles rojas, tomándolos por blanco,
Los clavaron desnudos en postes de colores.

Sin pena me tenían todos los tripulantes:
Portador de algodón inglés, trigo de Flandes...
Cuando acabó aquel ruido a la par que mis hombres,
Me dejaron los Ríos marchar adonde quise.

Entre los chapoteos de la mar encrespada,
Yo, el invierno pasado, más sordo que el cerebro
De los niños, ¡bogaba! Penislas a la vela
Nunca experimentaron barullos más triunfantes.

La tempestad bendijo mi despertar marino.
Más ligero que un corcho bailé sobre las olas
(Eternas trajineras de víctimas las llaman),
¡Sin añorar, diez noches, a las bobas farolas!

Más dulce que manzanas agrillas para un niño,
Traspasó el agua verde mi cascarón de abeto
Y me lavó las manchas de tintorros y vómitos,
Dispersando el timón y el áncora de brazos.

Y desde entonces bogo inmerso en el Poema
De la Mar, infundida de astros y lactescente,
Tragando verdes cielos por donde a veces baja,
Cuerpo arrobado y pálido, un muerto pensativo;

Donde, tiñendo súbitos azules, desvaríos
Y ritmos lentos bajo el rutilante día,
Más fuertes que el alcohol y más que nuestras liras,
¡Fermentan las rojuras amargas del amor!

Sé de cielos que rompen en rayos, y de trombas,
Resacas y corrientes; sé también del ocaso,
Del Alba entusiasmada cual tribu de palomas,
¡He visto varias veces lo que ver cree el hombre!

¡Vi al sol poniente, sucio de místicos horrores,
Iluminando vastos coágulos violetas,
Y, lejos, cual actrices de antiquísimos dramas,
Olas que iban rodando su temblor de postigos!

¡Soñé la verde noche de nieves deslumbradas,
Beso que asciende lento hasta los ojos mismos
Del mar, circulación de savias inauditas,
Y aviso azul y gualda de los cantantes fósforos!

¡He seguido por meses, como a piaras histéricas,
Embates de marea contra los arrecifes,
Sin pensar que los pies de luz de las Marías
Domar pudieran morros asmáticos de Océanos!

¡Créanme que he tocado increíbles Floridas,
Donde ojos de pantera con piel de hombre se mezclan
A flores! ¡Y arco iris bajo el confín marino,
Tensados como bridas para glaucos rebaños!

¡He visto fermentar vastas marismas, nasas
Donde entre las aulagas se pudre un Leviatán!
¡Avalanchas de aguas en medio de bonanzas,
Distancias que se abisman como las cataratas!

¡Soles de plata, heleros, alas de nácar, cielos
De brasa! ¡Horribles pecios engolfados en simas
Donde enormes serpientes, comidas por las chinches,
Caen con negro aroma desde torcidos árboles!

Quisiera haber mostrado a los niños doradas
De agua azul, esos peces de oro que salmodian.
—La espuma en flor meció mis salidas de rada
Y vientos inefables me alaron por instantes.

A veces, mártir harto de polos y de zonas,
La mar cuyo sollozo mi vaivén suavizaba,
Me subía sus flores de amarillas ventosas,
Brunas, y, cual mujer, de hinojos me quedaba...

Penisla que columpia en sus riberas guano
Y querellas de pájaros chillones de ojos rubios,
Yo navegaba, mientras por mis frágiles zunchos
¡Ahogados con sueño andaban para atrás!

Así, barco perdido entre pelo de ancones,
Lanzado por la tromba en el éter sin aves,
Yo, a quien acorazados o veleros del Hansa
No le hubieran salvado el casco ebrio de agua;

Libre, humeante, envuelto en brumazón violeta,
Yo, que horadaba el cielo rojizo como un muro
Que sostiene, jalea exquisita gustada
Por el poeta, líquenes de sol, muermos de azur;

Que corría empañado de lúnulas eléctricas,
Loca tabla escoltada por negros hipocampos,
Cuando julio derrumba, a grandes garrotazos,
Cielos ultramarinos en ardientes embudos;

Que temblaba al oír, gimiendo en lontananza,
Los Behemots en celo y los densos Maelstroms,
Hilandero perpetuo de quietudes azules,
¡La Europa de los viejos parapetos, yo añoro!

¡He visto siderales archipiélagos, islas
Cuyo cielo en delirio se abre al bogavante!
—¿Son noches abisales en que exiliado duermes,
Oh tú, Vigor futuro, millón de aves de oro?—

¡Cierto: mucho he llorado! El alba es dolorosa.
Toda luna es terrible, y todo sol, amargo.
El agrio amor me hinchó de embriagantes torpores:
¡Que mi quilla reviente! ¡Que me hunda en la mar!

Si algún agua de Europa deseo, ésa es la charca
Negra y fría en la que en tardes perfumadas
Un niño encuclillado, hondo en tristezas, suelta
Un barquito muy frágil, mariposa de mayo...

No puedo, marejada, inmerso en tu apatía,
Escoltar ya el aguaje del barco algodonero,
Ni traspasar orgullos de banderas y grímpolas,
Ni nadar a la vista atroz de los pontones.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

CABEZA DE FAUNO
TÊTE DE FAUNE

Joyel verde con manchas de oro en la enramada,
En la enramada incierta y florecida
De esas flores espléndidas donde duerme ya el beso,
Vivaz y desgarrando el exquisito bordado,

Un fauno despavorido asoma sus dos ojos
Mordiendo flores rojas con sus blancos colmillos.
Morena, ensangrentada como un vino añejo,
Debajo de las ramas su boca estalla en risas.

Y cuando se ha escapado —lo mismo que una ardilla—
Su risa queda temblando en cada hoja
Y así se ve asustado por un pardillo
Beso de oro del Bosque, que ya se ensimisma
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

VOCALES
VOYELLES

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
Algún día diré su oculto nacimiento:
Negro corsé velludo, la A, de moscas brillantes
Zumbando alrededor de crueles pestilencias,

Golfo umbrío; la E, candor de vapor y tiendas,
Nobles lanzas de helero, reyes blancos, temblor de umbelas;

La I, púrpuras, sangre expectorada y risas
De labio hermoso en ira o embriaguez contrita;

La U, ciclos, divino vibrar de mares verdes,
Paz de los pastos sembrados de reses, paz de arrugas
Impresas por la alquimia en frentes estudiosas;

La O, Clarín Supremo de estridores extraños,
Silencios travesados por Ángeles y Mundos
—¡O la Omega, violeta el rayo de Sus Ojos!
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

FIESTAS DE LA PACIENCIA
FÊTES DE LA PATIENCE

ESTANDARTES DE MAYO
BANNIÈRES DE MAI

En las ramas radiantes de los tilos
Muere enfermiza tocata de caza.
Canciones religiosas, sin embargo,
Mariposean entre las grosellas.
Que en nuestras venas la sangre se ría,
Vean cómo se enredan los viñedos.
Hermoso como un ángel es el cielo.
Comulga el azur y la ola.
Salgo. Si un rayo me hiere
Sucumbiré sobre la espuma.

Ser paciente y aburrirse
Es muy sencillo. ¡Fuera penas!
Quiero que el trágico verano
Me ate a su carro de fortuna.
Que por ti, Naturaleza,
—¡Ah, menos solo y menos nulo!— yo muera.
Mientras los Pastores, ¡tiene gracia!,
Mueren casi en todas partes.

Que las estaciones me desgasten.
A ti, Naturaleza, yo me rindo;
Con mi hambre y toda mi sed.
Por favor, nútreme, abrévame.
Ya nada de nada me ilusiona;
Reírse del sol es reírse de nuestros padres,
Y yo no quiero reírme ya de nada,
Que quede, al fin, libre este infortunio.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet
LA ETERNIDAD
L’ETERNITÉ

Ha sido encontrada.
¿Qué? —La eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.

Alma centinela,
La confesión murmuremos
De noche tan nula
Y del día en fuego.

De humanos sufragios,
De comunes impulsos,
Allá te desprendes
Y vuelas según.

Sólo de ustedes,
Brasas de satén,
Se exhala el Deber
Que no dice: al fin.

Allá no hay esperanza,
Ningún orietur.
Ciencia con paciencia,
Suplicio seguro.

Ha sido encontrada.
¿Qué? —La eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

MAÑANA DE EMBRIAGUEZ
MATINÉE D’IVRESSE

¡Oh Bien mío! —¡Oh Belleza mía! —¡Tocata atroz en la que no tropiezo! —¡Caballete mágico! —¡Hurra por la obra nunca oída y el cuerpo maravilloso, hurra por la primera vez! Aquello empezó con las risas de los niños y terminará con ellas. Este veneno perdurará en todas nuestras venas, aun cuando, al transformarse la tocata, seamos devueltos a la antigua inarmonía. ¡Oh! Ahora nos, tan dignos de tales torturas, recojamos fervientemente esta promesa sobrehumana hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma creados: ¡esta promesa, esta demencia! ¡La elegancia, la ciencia, la violencia! Se nos prometió sepultar en la sombra el árbol del bien y del mal, desterrar las tiránicas honestidades, con el fin de que traigamos con nosotros nuestro muy puro amor. Aquello empezó con algunas repugnancias y termina al no poder asirnos en el acto de esta eternidad, —con una desbandada de perfumes.
Risa de los niños, discreción de los esclavos, austeridad de las vírgenes, horror a las figuras y a los objetos de aquí, —¡que los consagre el recuerdo de esta vigilia! Aquello empezó con lo más rústico y viene a parar con ángeles de llama y de hielo.
Pequeña vigilia de embriaguez, —santa!, aunque sólo sea por la máscara con que nos recompensaste. —¡Nosotros te confirmamos, método! No olvidamos que antaño glorificaste cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar cada día nuestra vida toda.
Ve aquí el tiempo de los Asesinos.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

MARINA
MARINE

Los carros de plata y de cobre—
Los proas de acero y de plata—
Hienden la espuma,—
Agitan las cepas de las zarzas.
Las corrientes del arenal,
Y los surcos inmensos del reflujo
Tuercen circularmente hacia el este,
Hacia los pilares del bosque,—
Hacia las picas de la escollera,
Cuyo recodo baten torbellinos de luz.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

METROPOLITANO
MÉTROPOLITAIN

Del estrecho de índigo a los mares de Osián, sobre la arena rosa y naranja que lavó el cielo avinado, acaban de subir y de cruzarse bulevares de cristal habitados al punto por jóvenes familias pobres que se alimentan en las fruterías. Ninguna señal de riqueza. —¡La ciudad!
Del desierto de asfalto huyen en franca desbandada, junto con los estratos de brumas escalonados en bandas pavorosas hacia el cielo que se encorva, retrocede y desciende, compuesto por la más siniestra humareda negra que pueda producir el Océano enlutado, los cascos, las ruedas, las barcas, las grupas. —¡La batalla!
Levanta la cabeza: este puente de madera, arqueado; los últimos huertos de Samaria; esas máscaras coloreadas bajo el farol azotado por la noche fría; la ondina boba de ruidoso vestido, al pie del río; esos cráneos luminosos en las planicies de guisantes —y las restantes fantasmagorías, —el campo.
Caminos bordeados de rejas y muros, que apenas pueden contener sus bosquecillos, y las flores atroces que podrían llamarse corazones y hermanas, Damasco exasperante de languidez, —posesiones de maravillosas aristocracias ultrarrenanas, japonesas, guaraníes, aptas además para acoger la música de los antiguos —y hay albergues que ya no abrirán nunca; —hay princesas, y, si no estás demasiado abrumado, el estudio de los astros —El cielo.
Esa mañana en que, con Ella, luchaste entre los golpes de luz de la nieve, los labios verdes, los hielos, las banderas negras y los rayos azules, y los perfumes purpúreos del sol de los polos —tu fuerza.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

[“HACE TIEMPO...]
[“JADIS...]

“Ayer, si no me engaño, mi vida era un festín en que todos los corazones se abrían, en que todos los vinos corrían.
Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la insulté.
Me armé contra la justicia.
Huí. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh odio, a ustedes ha sido confiado mi tesoro!
Logré disipar en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla, he dado el salto sordo de la fiera.
Llamé a los verdugos para morder, mientras perecía, las culatas de los fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, con la sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le he hecho pesadas bromas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.
Así es que, últimamente, habiéndome encontrado a punto de soltar el último ¡cuac!, pensé en buscar la llave del antiguo festín, en que tal vez recobraría el apetito.
La caridad es esa llave. —¡Esta inspiración prueba que he soñado!
“Seguirás siendo hiena, etc...”, clama el demonio que me coronó con tan agradables adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo, y todos los pecados capitales.”
¡Ah! Ya estoy harto de esto: —Pero, querido Satanás, ¡una pupila menos irritada, se lo suplico! Y en espera de las pequeñas bajezas retrasadas, para usted que ama en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas repugnantes hojas de mi carnet de condenado.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

DELIRIOS II (FRAGMENTOS)
DÉLIRES II

CANCIÓN DE LA TORRE MÁS ALTA
CHANSON DE LA PLUS HAUTE TOUR

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.

Tuve tal paciencia
Que olvido para siempre.
Temores y sufrimientos
Al cielo han partido.
Y la sed enfermiza
Oscurece mis venas.

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.

Tal como la pradera
Al olvido entregada,
Crecida, florida
De incienso y cizaña,
Con zumbido salvaje
De cien moscas sucias.

Que venga, que venga,
El tiempo en que se prenda.
Versión de Michel Butor

¡Ha sido encontrada!
¿Qué? la eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.

Alma mía eterna,
Cumple tu voto.
Pese a la noche sola
Y al día en fuego.

Pues te desligas
De humanos sufragios,
¡De comunes impulsos!
Tú vuelas según...

—Nunca la esperanza,
Ningún orietur.
Ciencia y paciencia,
Suplicio seguro.

No más mañana,
Brasas de satén,
Su ardor
Es el deber.

¡Ha sido encontrada!
—¿Qué?— La Eternidad.
Es la mar enlazada
Al sol.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

ADIÓS
ADIEU

¡El otoño ya! —Pero, ¿por qué añorar un eterno sol, si estamos empeñados en la búsqueda de la claridad divina— lejos de las gentes que mueren al cambiar las estaciones?
El otoño. Nuestra barca, elevada entre las brumas inmóviles, vira con rumbo al puerto de la miseria, la inmensa ciudad en el cielo manchado de fuego y lodo. ¡Ah! ¡Los andrajos podridos, el pan empapado de lluvia, la embriaguez, los mil amores que me han crucificado! Nunca acabará pues esta vampira reina de millones de almas y de cuerpos muertos ¡y que serán juzgados! Vuelvo a verme con la piel recomida por el lodo y la peste, llenos de gusanos los cabellos y las axilas, y con gusanos más gordos aún en el corazón; tendido entre los desconocidos sin edad, sin sentimientos... Habría podido morir ahí... ¡Espantosa evocación! Abomino de la miseria.
¡Y temo el invierno porque es la estación del bienestar!
—A veces veo en el cielo playas que no tienen fin, cubiertas de blancas naciones jubilosas. Una gran nave de oro, más alta que yo, tremola sus pabellones multicolores bajo las brisas de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí haber adquirido poderes sobrenaturales. Pues bien, ¡tengo que enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador arrebatada!
¡Yo! ¡Yo, que me he llamado mago o ángel, exento de toda moral, he sido devuelto a la tierra, con un deber que buscar, y la realidad rugosa por abrazar! ¡Labriego!
¿Estoy en un engaño? ¿La caridad sería hermana de la muerte, para mí?
En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y adelante.
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir ayuda?

• • •

Sí, la hora nueva es, al menos, muy estricta.
Porque puedo decir que la victoria es toda mía: los rechinos de dientes, los silbidos del fuego, los suspiros pestilentes, van moderándose. Todos los recuerdos inmundos se disipan. Mis últimos lamentos ya se largan, —celos por los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, por los atrasados de toda clase, —¡Condenados, si yo me vengara!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: no perder el terreno conquistado. ¡Dura noche! ¡La sangre seca vahea en mi cara, y nada tengo detrás sino ese espantoso arbusto!... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es un placer reservado a Dios y a nadie más.
No obstante, es la víspera. Recibamos todos los influjos de fortaleza y de genuina ternura. Y, al alba, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las ciudades espléndidas.
¡Qué decía yo de una mano amiga! Es una enorme victoria que pueda reírme de los viejos amores mentirosos y llenar de vergüenza a esas parejas embusteras, —he visto allí el infierno de las mujeres; —y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
Versión de José Luis Rivas y Frédéric-Yves Jeannet

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